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Cuando hablamos de Harley-Davidson inmediatamente viene a la mente una imagen idílica: como sonido, el rugir característico -ronco y grave- de un motor potente y agresivo; como entorno, extensos llanos, únicamente interrumpidos por montañas y cañones agrestes o pequeñas poblaciones.

Las inconmensurables praderas de Norteamérica, recorridas por carreteras que parecen nunca terminar, como la mítica ruta 66. Al mando de poderosas motocicletas, conductores con sus trajes protectores de cuero negro, desenfadados, irreverentes, amantes de la libertad, con su cara enfrentando al viento… Lo hemos visto muchas veces en imágenes, desde fotografías clásicas a películas, series y documentales. Claramente, un estilo de vida, una experiencia, un mundo particular y aspiracional, capaz de mover generaciones enteras, superando barreras geográficas y económicas o incluso, de género.

Un paradigma del “sueño americano”

William Harley y Arthur Davidson, dos jóvenes amigos de la ciudad de Milwaukee, EE.UU., conocían diseños de motocicletas europeas en la empresa en la que trabajaban, albergando la intención de producir, en algún momento, su propio vehículo. Con la ayuda de Walter Davidson, hermano de Arthur, un hábil mecánico, concretaron en 1903 su sueño: en un pequeño taller improvisado en la casa de un amigo se fabricó su primera motocicleta con piezas aprovechadas de otras máquinas e, incluso, con materiales de uso doméstico.

Apostando al proyecto, construyeron un pequeño taller en el patio de la casa de los Davidson, dejaron sus trabajos y se dedicaron de lleno al nuevo emprendimiento. Ese mismo año, salieron del taller apenas tres motocicletas totalmente terminadas. Luego de mejoras en el diseño, sucesivas ampliaciones en el taller original y la paulatina incorporación de pocos empleados, en 1905 la producción de la incipiente compañía -a la que denominaron Harley-Davidson por los apellidos de sus fundadores- alcanzó las 50 unidades.

La solidez y duración de las primeras motocicletas generó un inmediato interés por parte de potenciales interesados, obligando a la empresa en los años siguientes a desarrollar una mejor organización, nuevos diseños y procesos y a contratar mano de obra y facilidades de producción para satisfacer la demanda.

Paralelo al crecimiento de la empresa y a su continua innovación y mejora en componentes, producción y calidad -factores que ya marcaban diferencia entre las motos Harley-Davidson y sus competidores-, los usuarios cultivaron una pasión por sus motocicletas y la marca, utilizándolas tanto en simple movilización como en eventos deportivos y competitivos, se sentaron las bases de un nuevo deporte: el motociclismo. La empresa, desde 1908, apoyó decididamente estas actividades, auspició la realización de competencias y participación de hábiles pilotos bajo el paraguas de la marca.

Durante las dos guerras mundiales, la producción se volcó a la fabricación de modelos militares. Terminados los conflictos bélicos, las economías de escala, el aprendizaje adquirido y la innovación, consolidaron a la empresa frente a sus competidores. El principal rival hasta entonces, Indian, pronto quebraría. Nuevos modelos salían de las plantas de producción de Harley-Davidson, siendo adoptados por miles de usuarios de todas partes del mundo.

Un ícono cultural

Las motos Harley-Davidson se convirtieron en un símbolo de la cultura pop estadounidense de la posguerra. Los llamados Baby Boomers asociaron la marca con el espíritu de libertad propio de un país que, por entonces, se convertía ya en la principal potencia económica del mundo.

La marca era más que un producto: un símbolo de identidad que encarnaba los valores propios de una nueva sociedad abierta, libre, independiente, luchadora, capaz de plantearse y alcanzar nuevos horizontes. Las motocicletas Harley-Davidson eran usadas por cuerpos policiales y de seguridad en diferentes ciudades de EE.UU., por actores y personajes influyentes como James Dean o Marlon Brando, o incluso adoptadas por grupos particulares caracterizados por su rebeldía frente a la misma sociedad y sus reglas, como los famosos “Hells Angels”.

Para encauzar el interés y pasión que la marca despertaba en los usuarios actuales y potenciales, y promover ese particular estilo de vida pero también para controlar y neutralizar la imagen negativa que ciertos grupos podían generar a la marca, Harley-Davidson creó en 1983 el Harley Owners Group, la primera comunidad de motociclistas auspiciada por una empresa. El primer año contaba ya con 33.000 miembros, para en 1999 sobrepasaría el millón de asociados.

Un nuevo reto

Las dos últimas décadas del siglo XX y los años siguientes fueron difíciles para la empresa, por el auge y crecimiento de la competencia europea y japonesa. Pese a ello, Harley-Davidson superó momentos críticos, para volverse una parte integral y relevante de una cultura.

No es difícil advertir el reto que enfrenta hoy la empresa: ¿trascenderá con su marca, más allá de una temporalidad y momento histórico concreto? ¿Podrá, sin sacrificar o cambiar radicalmente su identidad, atraer a nuevas generaciones de consumidores, con nuevos intereses e inquietudes, en un mundo diferente, con otros códigos sociales y culturales? El reto está planteado.

Fuente: https://www.ekosnegocios.com/


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