web hit counter www.elmayorportaldegerencia.com - Cristobal Colón
Welcome to www.elmayorportaldegerencia.com   Click to listen highlighted text! Welcome to www.elmayorportaldegerencia.com Powered By GSpeech


Navegante de los mares, entusiasta e incansable explorador, descubridor de nuevos mundos;  apasionado y fiel viajero que anduvo por mil caminos y cruzó más de siete mares. Hombre de historia y hombre de leyenda, el descubridor de América: Cristóbal Colón.

Grandes han sido las hazañas y proezas que se han realizado en nuestras épocas, pero más importantes son aún, todavía, aquellas que fueron llevadas a cabo en siglos pasados, cuando las herramientas, las técnicas o los medios eran pocos o casi nulos.

Era la fe y el arrojo de los hombres los que llevaron al mundo a crecer y al mismo tiempo a dividirse. La voluntad de algunos cuantos, la fe y esperanza de otros, la locura de algunos más hicieron que éste nuestro mundo girase a velocidad diferente a la que estaba acostumbrado.

El paso de la Edad Media (que comprende desde la caída del Imperio Romano hasta la toma de Constantinopla) a la Historia Moderna (que va desde la toma de esta ciudad por los turcos hasta la Revolución Francesa) marcaría, nuevamente, una pauta en la historia: el descubrimiento de América.

Se dice que varias son las causas Del descubrimiento de América. En el Mediterráneo, como se sabe los antiguos habían desplegado una gran actividad: fenicios, griegos y cartagineses, lo mismo que los romanos, hicieron tráfico marítimo como vehículo de intercambio de mercaderías entre Oriente y Occidente.

Vino luego un largo estancamiento. Después, poco a poco, la inactividad marina que estuviera por muchos siglos adormecida fue despertando ante la sed de nuevas aventuras y riquezas; pero, debido sobre todo, o al menos en gran parte, al descubrimiento de la brújula -ya no podían perderse-, de la pólvora y de la imprenta.

Son muchas otras las causas las que se pudieran mencionar que dieron pie al descubrimiento de América. Se citan, entre otras:

  1. La extensión del comercio europeo con Oriente;
  2. El ejemplo de las Cruzadas que habían sido viajes, no sólo de conquistas, sino también de exploración;
  3. El móvil religioso -imperante siempre en estos casos- de conquistar no solamente territorios, sino almas también;
  4. El deseo de encontrar un nuevo camino, tal vez más corto o menos peligroso –por aquello de la piratería- para ir a las Indias, país de preciosas y finas mercaderías y,
  5. El móvil aventurero, la sed de conquistas y la búsqueda de oro

Pudiéranse mencionar muchas causas que llevaron al descubrimiento de América. Quién sabe si la historia pudiese haber contado luego -caso que pudo haber sido posible- que fueran los americanos los que descubriesen Europa (el Viejo Mundo) y que, tal vez, para ellos pudiese haber sido un Nuevo Mundo.

Es mucho lo que se puede contar. Hay leyendas que dicen que hubo un grupo de viajeros (propios o nacidos en América) que al aventurarse por tierras y por mares llegaron a lo que era África y Europa; mas, como no les interesó, decidieron regresar. Gente que gustaba de la aventura, pero que por miedo, temor, ignorancia o indiferencia decidieron no continuaron adelante.

Sin lugar a dudas nuestras páginas están saturadas de grandes descubridores. Hombres recios y fuertes, que aunque muchos de ellos no grandes en tamaño, tuvieron la inteligencia, la valentía y el arrojo para lanzarse a nuevos mundos, nuevos mares y nuevas tierras.

Así, entre los más destacados, cabe nombrar a Enrique el Navegante, Bartolomé Díaz, Vasco da Gama, Cristóbal Colón y Américo Vespucio. Fue gracias a ellos (algunos dirán: "por culpa de ellos), que la "civilización" llegó hasta nosotros. Cosas, muchas de ellas, sufrimientos y atrocidades que llegaron con la colonización y la conquista; cosas que venían con la supuesta civilización; pero que, al fin y al cabo, son cosas que sucedieron y que hoy vivimos para recontarlas.

Cristóbal Colón (Cristóforo Colombo, como dirían algunos) nació hacia el año de 1451, en Génova, Italia. Era hijo de Domingo Colombo y Susana Fontanarossa. Su padre se dedicaba al comercio de lana y es probable que el joven le ayudara en esto. De chico, Colón ayudaba en los quehaceres de la casa. Los domingos solían ir al campo o de pesca.

A Colón siempre le gustó el mar. Dedicaba gran parte de las tardes a ir a las muelles y ver las embarcaciones pasar. Ayudaba, según se dice, a su padre, en la contabilización de las mercaderías. El campo, si bien le gustaba, ya no le era tan interesante.

Se cuenta, entre las anécdotas (que pudieran ser o no ciertas) que varias veces, al estar dando de comer a los animales del campo, las chivitas y las ovejas le comían la ropa por detrás sin que él se diera cuenta. Un día sufrió un mordisco en la parte trasera por lo que Colón prefirió mil veces el mar.

Colón aprendió con su padre, a la vez que con amigos de éste. Gustaba de las matemáticas y la Geografía, que estudió, según cuentan sus antiguos biógrafos, en la Universidad de Pisa. Es aquí que gracias a los doctísimos y sabios maestros, a la vez que hábiles y excelentes cartógrafos, que Colón se empieza a interesar por los viajes y la constitución de la tierra.

Fueron innumerables viajes los realizados por Cristóbal Colón. Amante, también de hacer apuntes y escribir notas, Cristóbal cuenta él mismo una serie no interrumpida de viajes desde el mar Egeo hasta Inglaterra e Islandia, la tierra del fuego y hielo.

Colón gustaba de los viajes. Gozaba estando fuera de casa y de su tierra donde muchas veces fue visto como un loco. Siempre traía algo en mente. No obstante, así, se casa. En 1480, en Portugal, contrae nupcias con Felipa Muñiz de Perestrello, hija de un marino italiano que había servido a Enrique el Navegante.

Reside sucesivamente en Porto Santo y Juncal en Madeira, donde se dedica a dibujar cartas náuticas. Es tiempo de descanso para Cristóbal, quien decide seguir instruyéndose. Lee el Milione de Marco Polo, la Historia Reum de Pio II, obra geográfica que describe Asia y Europa; se interesa por todas las noticias y cartas de los navegantes, la Tabla Oceánica de Toscanelli y una obra fantástica, Imago Mundi, de Pedro de Ailly.

Colón es hombre de gran inteligencia. Por las mañanas se despierta temprano. Algunas veces sale a comprar víveres a la tienda más cercana. Platica con las gentes, les pregunta. No se queda con ninguna duda. Escribe. Recuerda y vive en su mente los viajes realizados; medita acerca de las noticias y consejos escuchadas de boca de los marinos.

Lo que hoy hubiera sido un gran proyecto, como decir "El Proyecto Apolo", "El Proyecto Atlas Centauro", "El Proyecto Marte" o "El Proyecto Géminis", no era, en aquél tiempo -al menos para los demás- un gran proyecto. Era el "proyecto" de Colón, eran los planes de un soñador quien aventuraba nuevos rumbos, nuevos mares y nuevas tierras.

No sería el "Proyecto Colón" como rimbombantemente presumirían hoy los muy mediocres exploradores del espacio. Era, eso sí, un verdadero proyecto, plan y programa, surgido del genio de un gran hombre. Un proyecto que durante años maduraría en el cerebro de Colón. Un proyecto encaminado a realizar un viaje hacia occidente y para el cual tuvo que estudiar, peregrinar, tocar de puerta en puerta y suplicar tenaz y osadamente.

Colón no sólo necesitaba apoyo moral sino económico. Pide ayuda a Génova, Portugal e Inglaterra, y no la obtiene. Enseguida pide ayuda al rey de España, y éste entrega burocráticamente, a su vez, la misión de estudiar el proyecto a las Universidades de Córdoba y Salamanca. Y como es costumbre, las universidades, acostumbradas más a la propia burocracia y al dinero, que al deseo de conocimiento universal (puesto que ésta es su verdadera función; de ahí, su nombre), dejaron pasar el tiempo y dijeron no al proyecto.

Los sabios consideraban de poco peso las razones de Colón; titubearon en el fallo, pero finalmente dijeron NO. Tenían pocos argumentos para no apoyar este viaje; pero cambiaron y dieron vuelta a la moneda y le dijeron al pobre de Cristóbal que sus argumentos no convencían, que se perderían víctimas, y, sobre todo, dinero.

Nuestro personaje Cristóbal no se dio por vencido. Quedaban aún esperanzas. Se encamina hacia Francia a fin de ofrecer sus servicios al monarca de esa nación. Entonces, dos frailes franciscanos del convento de la Rábida, Juan Pérez y Antonio Marchena, se lo impiden y ofrecen su ayuda presentando el proyecto a la reina Isabel.

Largos y dilatados fueron los convenios entre los Reyes Católicos y Colón. Hubo que vencer muchas dificultades. Las arcas del reino estaban casi vacías debido a la guerra contra los moros. Fue necesario aceptar (cosa que pocos escriben o recuerdan) el préstamo que ofrecía a los Reyes, el gran tesoro de la corona de Castilla, Luis de Santángel, el cual contribuyó con un poco más de la mitad de la suma necesaria para realizar y llevar a cabo tan grandiosa empresa.

Colón, por su parte, aportó la octava parte faltante, dinero que solicitó y le fue prestado por unos cuantos y verdaderos amigos. Ahora ya tenía lo que deseaba, pero habría que acordar y firmar algunos puntos. Su viaje no iba a ser en balde. Algo le tendría que quedar. Era justo y era necesario.

La idea de Colón no era descubrir un nuevo mundo. Esto vino, se presentó o apareció por casualidad. Creía, eso sí, en sueños, que había algo más allá de los confines de los mares. Quería soñar, pero al mismo tiempo descubrir. De paso, capitular acerca de lo descubierto y conquistado. Las tierras pudieran ser ricas y él quería parte de ellas.

Así fue como Colón firmó este convenio el 17 de abril de 1492, obteniendo de la corona de Castilla las siguientes concesiones o capitulaciones firmadas en Santa Fe:

  • El título de Almirante del Mar Océano durante toda su vida.
  • El derecho a legar dicho título a sus descendientes, a sus hijos o herederos.
  • El título de virrey y gobernador de todas las islas y tierra firme que descubriese, con derecho a proponer ternas de todos los titulares de oficios públicos con mando.
  • La décima parte, exceptuando las costas, de todas las mercancías, oro, plata y piedras preciosas que ahí se traficaran.
  • El derecho de juzgar todos los pleitos que por dichas especierías se entablaran.

Colón ofrecía a los Reyes una nueva ruta comercial, otras tierras para explotar; pero se reservaba, es lógico, abundantes y riquísimas preseas. El trato estaba ya hecho, faltaba firmar. Los Reyes estampan su firma, Cristóbal lo hace también. La reina le obsequia unos collares, le da su saludo, su bendición. Colón parte al cumplimiento de su sueño y su aventura.

Colón está entusiasmado. Casi no puede dormir. Ahora sí, hay que prepararse. Habrá, sin embargo, que esperar tres meses y medio para la partida. Se llega el momento. Colón, por supuesto no puede dormir, hay que comprar cuerdas, levar velas, levantar anclas.

Es el 3 de agosto de 1492, en que del puerto de Palos salen tres carabelas: La Pinta, La Niña y La Santa María. Su misión: descubrir nuevos mundos. Su capital, unos cuantos reales, una tripulación de 120 hombres y víveres para tres meses. Cristóbal Colón y sus hombres se habían hecho a la mar.

La Santa María, que era la nave capitana, estaba al mando de Cristóbal Colón; Martín Alonso Pinzón se encargaba de La Pinta; mientras que Vicente Yáñez Pinzón capitaneaba La Niña. El inicio del viaje ocurrió sin contratiempos. Las naves iban tomando su paso a la marcha de los vientos.

Los 120 hombres que los acompañaban era gente -se dice- de gran valor. Hay quien dice (y yo no lo dudo) que en esta empresa también había muchos aventureros, hombres salidos de las cárceles y calabozos, que preferían el riesgo de la osada aventura marina que el encierro indefinido. Además, ¿quién más se iría a arriesgar en todo esto?

En realidad no había mucho de donde escoger. Solo un loco o apasionado aventurero podría arriesgar y poner su vida en un hilo o arrojarse al mar. No obstante, había también sus valientes hombres. Gente intrépida, atrevidos y excelentes marinos venidos de distintas regiones de España. Hombres entre los que figuraban: Juan de la Cosa, un eminente cartógrafo; Martín Alonso Pinzón, experto navegante; Luis Torres, experto y perito en lenguas orientales, entre ellas el hebreo, el caldeo y el árabe.

Transcurren largas semanas llenas de esperanza y dudas. Toda la voluntad de Colón se centra en animar a los desalentados. Pasa el tiempo, transcurren dos y tres semanas, se alejan de tierra firme; sólo la vasta e impresionante extensión del océano se ofrece ante sus ojos. Los marineros quieren volver, el temor y el miedo se apodera de ellos; hay conatos de sublevación; luego, de franca rebeldía. Tachan a Colón de loco (y ellos más, piensan de sí mismos, al aceptar sus locuras).

Se llega, incluso hasta pensar en el regreso. Escasea la comida, falta el agua -y van, paradójicamente, en medio del océano-, faltan muchas cosas. Y, no es sino la fe, el valor y entrega de los demás hombres (tal vez la resignación), lo que les hace ver que no hay otro remedio. Ni modo de volver. Habrá que vencer o morir. ¿De qué otra forma podrían regresar? ¿A nado? Habría que seguir y finalmente esperar.

El 11 de octubre Colón cree ver una pequeña luz en el horizonte. El 12 de octubre, tras dos meses y medio de navegación un marinero de La Pinta, lanza por fin el tan esperado grito: "¡Tierra!". La gente no lo quería creer. Estaban locos de gusto. Por fin habían llegado, ya luego hablarían del regreso.

Colón había llegado a la isla Guanahani (no "Guaraní", como se dice a veces), una isla del grupo de las Lucayas, a la que Cristóbal bautizó con el nombre de San Salvador, al plantar la cruz ante los ojos curiosos de un temeroso y pasmado grupo de indígenas. El nombre de "El Salvador" fue debido a que habían visto en esta isla su salvación, su tierra salvadora.

En un principio creyó Colón haber llegado a las islas de las especierías; por lo tanto llamó Indias Orientales a todas aquellas islas que fueron encontrando a su paso: Santa María de la Concepción, Fernandina o Juana (a Cuba); la Española (a Haití y Santo Domingo). Luego, al desembarcar en Cuba, pensó haber llegado al reino del gran Kan.

Martín Alonso Pinzón había emprendido el viaje de regreso sin esperar órdenes de Colón. Por lo tanto, a nuestro personaje no le queda más remedio que tomar el mando de La Niña, la única nave que quedaba, partiendo el mes de enero rumbo a España. Un mes después, en febrero, Colón llega a las Azores, donde los portugueses le amenazan con la cárcel. Salvados estos infortunios, Cristóbal Colón sigue su rumbo para desembarcar finalmente en el puerto de Palos el 15 de marzo de 1493.

La multitud sale a recibirlo. La muchedumbre le acoge con gritos de asombro y entusiasmo. Colón es un héroe. La gente le espera, los emisarios le aguardan. Colón es escoltado ante palacio. Muy pronto sería recibido por los Reyes Católicos. La ciudad era Barcelona, esa hermosa ciudad catalana llena de vida que acogiera con grandes honores y fiestas principescas al nuevo gran hombre del reino.

"Manifiesto haber abierto la ruta entre España y Catai" –dijo Colón, ante los Reyes. Luego, después de contar sus aventuras e increíbles experiencias, a las que los Reyes eran muy afectos, Colón decide reposar, luego de beber un buen vino. Estaba exhausto, quería bañarse en agua limpia y fresca.

Los camareros le llevan a sus habitaciones. Colón queda profundamente dormido y ve entre sueños las olas del mar. Había conseguido lo que deseaba, pero deseaba continuar la aventura. Prepararía un segundo viaje. Esta vez, ya con experiencia, no batallaría mucho para hallar el mejor camino.

En este viaje se descubren nuevas islas: Deseada, Marigalante, Guadalupe, Monserrate, Santa María la Redonda, Santa María la Antigua, San Martín, Santa Cruz y la isla de San Juan (lo que hoy es Puerto Rico). Llegaron por último a la Española (Santo Domingo), buscando en vano la guarnición y el fuerte Natividad (que en el primer viaje habían establecido).

Los cuarenta españoles al mando de Diego de Arana, durante la ausencia del Almirante (recuérdese que Colón ya ostentaba el título de Almirante), habían tenido serios disgustos entre sí; habían provocado la indignación de los indígenas al tratar de despojarlos de sus joyas y mujeres. Los nativos acabaron por matar a sus perseguidores y arrasaron con el fuerte; símbolo, para ellos, del dominio extranjero.

Colón ordena construir la Isabela, la primera ciudad española del Continente Americano. Mientras tanto, Alonso de Ojeda explora el interior de la isla, en busca de oro, algo que encuentra en muy poca cantidad. Luego, Colón, emprende otros viajes, dejando en la isla a su hermano Bartolomé. Explora más tarde las costas de Cuba y de Jamaica, cuyos ricos y hermosos valles le hacen pensar en el paraíso.

No todo era color de rosa para Colón. En la Española muchos colonos decidieron valerse de las naves de Bartolomé Colón para regresar a Europa, pues no habían encontrado los tesoros famosos que les habían prometido. Por otra parte, la paz de la isla se había alterado. Hubo sublevaciones de indígenas, que Colón pudo finalmente contener.

A mediados de 1496 Colón tiene que regresar a España para defenderse de los cargos que se le imputan. Se le acusa de mal manejo de fondos y contar con una pésima administración. Las acusaciones venían por parte de los desertores, quienes ya se encontraban en ese momento en España.

Colón vuelve a España, confiando, mientras tanto, a su hermano Bartolomé, el cuidado de la isla. Las cosas no mejorarían. Aparte, Colón tiene que enfrentar los cargos que se le hacen en España, cargos que, finalmente, refuta, luego de largas y penosas negociaciones.

Las cosas ya se habían calmado y es entonces cuando realiza su tercer viaje al Nuevo Mundo. Zarpa con 6 naves y 600 hombres. Muchos sinsabores iban a amargar este viaje que había emprendido con entusiasta fe y renovada esperanza. Les faltan los víveres, se les acaba el agua. Cundía el desaliento cuando de pronto aparece ante ellos la hermosa isla de Trinidad.

Poco después descubriría tierra firme. Encontraría la desembocadura del río Orinoco. Comprendería entonces que se hallaba ante la presencia de un continente desconocido o un Nuevo Mundo, como él decía.

Se sabe que, durante la ausencia de Colón, su hermano Bartolomé había fundado la hermosa villa de Santo Domingo, donde fomentó la agricultura. No obstante esto, había mucho descontento. Los colonos no estaban a gusto. A los indígenas se les daban trabajos pesados y se les trataba mal.

Colón experimentó honda tristeza. En sus viajes no había encontrado oro en abundancia, como él creía iría a encontrar. Tampoco había hallado perlas ni piedras preciosas; los indígenas y colonos estaban descontentos; por otro lado, los Reyes Católicos empezaban a desconfiar de él pues creían que Colón se estaba quedando con una muy buena parte de las ganancias. Es por eso que él mismo pide que envíen a un inspector real para informar sobre la verdad de los hechos.

Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, deciden enviar a Don Francisco de Bobadilla a la Española, con plenos poderes para juzgar al Almirante (a Colón) y si es preciso, encarcelarle. Bobadilla desembarca en 1500 en la Española, y antes de proceder a la investigación, ordena confiscar todos los papeles de los hermanos Colón, a quienes manda encerrar en el castillo de Santo Domingo.

Nuestro personaje es enviado ante la Corte. Habrá que ver y sincerarse ante los Reyes. Los monarcas reciben al Almirante en Granada, donde el pobre de Cristóbal explica las cosas y los cargos que pesan contra él.

Colón lo sabe. Isabel y Fernando están irritados; las tierras descubiertas por él no les brindan las riquezas que la India, visitada por Vasco da Gama, rendía a Portugal. Pero Colón aseguraba haber encontrado un nuevo mundo, además de las islas; era necesario volver, explorar las costas descubiertas, ponerse en contacto con las nuevas tierras y sus habitantes.

Algo tendría Colón para convencer a los Reyes, Colón haría su cuarto viaje. Cuatro naves, ciento cuarenta hombres. Le acompañan su hermano Bartolomé y su hijo Fernando. Colón recorre, desafiando tormentas, océanos y mares. Con sus carabelas maltrechas continúan su viaje. Están ante la costa americana, se hallan frente a Honduras. Siguen luego hasta Panamá y serpentean diversos istmos.

Llegan a un lugar de nombre Veragua, donde, además de reparar sus embarcaciones, intentan obtener más oro. Los indígenas, en un principio, se muestran afables. Luego, ante la creciente demanda de oro, se indignan y muestran hostiles. Los españoles tuvieron que emprender nuevamente el penoso y largo camino.

Los problemas de Colón y su tripulación continuaron. Una nave averiada se perdió en Veragua; otra más, en Puerto Bello; las dos últimas, en las costas de Jamaica, isla en la que permanecieron por espacio de un año.

Rodeados de indios enemigos, acosados por el hambre, sin esperanzas de salvación, lejos de su patria, los navegantes hacen responsables de sus desdichas a Colón. Entonces, capitaneados por los hermanos Porras, se declaran en franca rebeldía. Uno de los marinos, Pedro Méndez, en compañía de su amigo Fieschi, embarcan en una canoa y van a solicitar ayuda y auxilio a la Española.

Nicolás de Ovando, conmovido por la heroicidad de los marinos que habían arriesgado la vida en demanda de socorro, envía una nave para recoger a los supervivientes. Todos se hallan ahí. Los recogen y regresan éstos a España, en 1504.

Colón está enfermo y desalentado. Siente en gran parte que es culpa suya. Las ansias de dominio, las ansias de poder, el deseo desmedido de descubrir más y más tierras le traería sus consecuencias. No puede volver a ver a su protectora, quien muere a unas cuantas semanas de su llegada. Fernando el Católico, receloso y desconfiado, se niega a recibirle.

En vano pide Colón el gobierno y mando de las tierras descubiertas para Diego, su primogénito. Todo le niegan. En vano, también, sigue a la corte hasta Valladolid, para exigir el reconocimiento a sus derechos. Nada consigue. Finalmente, el 21 de mayo de 1506, solo, triste y amargado, con el pensamiento puesto en esas hermosas tierras y en la inmensidad del mar, muere este gran navegante y descubridor de América: Cristóbal Colón.

Tomado del periódico “El Porvenir” de Monterrey, México, el 31 de julio de 1989.


El retorno de la inversión en entrenamiento ejecutivo de equipos gerenciales es exponencial y en minutos. Norman Vincent Peale.
Te gustó? Compártelo !
Pin It

Don't have an account yet? Register Now!

Sign in to your account

Click to listen highlighted text! Powered By GSpeech